Con frecuencia, Masha se encontraba pensando que algo no iba bien en su vida, pero trataba de no darle demasiadas vueltas. “¿Quién me necesita?” se preguntaba. “Tuve suerte de conocer a un hombre como Andréi. No todas las mujeres encuentran a un buen marido. Debo aferrarme a él y hacer todo lo posible para complacerlo. ¿Qué haré si me deja? ¿A quién le importaría yo entonces?”
No tenían hijos, y eso también era motivo de inquietud para Masha. Ella siempre había querido ser madre, pero Andréi tenía una visión diferente. Para él, la vida sin hijos era más cómoda y menos complicada. En un momento dado, le dejó claro su postura:
– ¿Para qué necesitamos un hijo, Masha? Estamos bien así. Además, me gusta que seas solo mía. No quiero compartirte con nadie, ni siquiera con un hijo nuestro.
Estas palabras perforaron su alma, dejando una cicatriz profunda. Masha se sintió devastada, pero, como de costumbre, no dijo nada. Había aprendido a reprimir sus propios deseos en aras de mantener la paz en el hogar, aunque algo dentro de ella comenzaba a romperse. Andréi, con su naturaleza dominante, nunca la había maltratado físicamente, pero Masha sentía su poder en cada aspecto de su relación: en sus exigencias, en su necesidad de controlar cada detalle de sus vidas.
Por las tardes, cuando Andréi llegaba a casa, esperaba que la cena ya estuviera lista. Si algo no salía como él esperaba, su descontento se hacía evidente:
– Masha, ¿qué has estado haciendo todo el día? Yo trabajo de sol a sol y ni siquiera has tenido tiempo de preparar la cena.
– Lo intenté, pero no me dio tiempo, tenía muchas cosas por hacer… – trataba de justificarse ella, aunque sentía dentro de sí una resistencia creciente.
– ¿Qué cosas? Solo te pasas el día en la oficina moviendo papeles. No es tan difícil. Yo soy el que de verdad se desloma trabajando. Tú deberías apoyarme, no añadirme más estrés.
Estas conversaciones se repetían cada vez con más frecuencia. Andréi no entendía que Masha era profundamente infeliz. Él estaba satisfecho con su vida, pensaba que todo iba como debía ir, y no prestaba atención a lo que ocurría dentro de su esposa. Mientras tanto, Masha seguía viviendo, como si fuera por inercia, atrapada en una rutina de la que no podía salir. Su vida se sentía como un sueño en el que cumplía con sus responsabilidades, pero sin sentirse verdaderamente viva.
A veces, sentada en la cocina con una taza de té, Masha pensaba en cómo, años atrás, había soñado con una vida diferente. Recordaba cómo de joven estaba llena de energía y sueños, deseando convertirse en escritora y crear algo significativo. Pero cada vez que esos pensamientos volvían a su mente, la voz de Andréi resonaba en su cabeza:
– ¿Escritora? ¡Qué tontería! Ocúpate de cosas reales. La vida no es para fantasías, Masha.
Estas palabras aplastaban sus aspiraciones, ahogaban su voz interior. Masha se sentía acorralada, como si viviera en una jaula, donde sus sueños eran inalcanzables y su verdadero yo no era más que una sombra de lo que alguna vez pudo haber sido.
Pero los pensamientos más inquietantes la asaltaban por la noche. En sus sueños aparecían imágenes extrañas. Sentía dentro de ella un potencial brillante, como una chispa de vida, pero no lograba entender cómo canalizar esa energía. Así seguía, moviéndose por inercia, cumpliendo con las tareas diarias sin poder encontrar su verdadero propósito.
Una noche, Masha soñó que se encontraba en un largo pasillo, iluminado por una luz tenue. Al final del corredor había una puerta, detrás de la cual se encontraba algo importante. Sin embargo, cada vez que intentaba acercarse, la puerta desaparecía. Masha se despertaba en medio de la noche, bañada en sudor frío, pero siempre se repetía que solo era un sueño. Se esforzaba por no pensar en la posibilidad de que estos sueños fueran señales, mensajes de su alma que intentaba decirle algo.