Los elegidos a menudo sienten que nunca están completamente solos. Incluso en los momentos más oscuros de la vida, perciben que alguien o algo los protege. Este compás interno no solo es una fuente de confianza, sino también una herramienta que ayuda a evitar problemas. Quizás has notado cómo eventos que podrían haber terminado mal, de repente cambian de rumbo a tu favor, como si alguien interviniera para salvarte. Esto no es una casualidad, es parte de tu camino.

Este compás interno, que ahora comienzas a sentir más intensamente, ha estado contigo desde tu nacimiento. Tal vez lo notaste desde una edad temprana, pero no le diste importancia. Había momentos en los que sentías que el mundo a tu alrededor te enviaba pistas, pero no podías descifrarlas. Eran pequeños eventos: encuentros fortuitos, presentimientos que se cumplían o coincidencias inusuales. Pero con cada año, esas señales se volvían más claras y evidentes.

A veces podrías sentir que te encuentras en una encrucijada, sin saber hacia dónde moverte. Esa sensación de confusión, cuando la lógica falla y los consejos externos no traen claridad, es cuando tu compás interno comienza a funcionar de manera más precisa. Se manifiesta como una intuición, como un impulso que te dice que confíes en tus sentimientos, incluso si tu mente te empuja hacia otra dirección. Tal vez no siempre puedas explicar por qué tomaste una decisión en particular, pero al mirar atrás, te das cuenta de que fue el único camino correcto.

La fuerza de tu luz interior no reside en conocer todas las respuestas de antemano, sino en sentir que ese momento o esa decisión es clave. El universo trabaja a través de ti, a través de tu percepción. Los elegidos, como tú, tienen la capacidad de captar los pequeños cambios en el flujo de la vida. Esta habilidad no es algo místico, es parte de tu naturaleza.

La historia de Masha: Vida en la niebla y despertar a través de las señales

Masha se casó creyendo que lo hacía por amor. Su esposo, Andréi, era fuerte, decidido, siempre sabía lo que quería y tenía la capacidad de ganar dinero. Masha, en cambio, era suave, con una delicada estructura emocional, siempre amaba leer libros y soñaba con escribir sus propias historias algún día. Sin embargo, después de la boda, sus sueños comenzaron a desvanecerse, relegados a un segundo plano por las obligaciones que Andréi parecía dar por sentadas.

Cada mañana, Masha seguía la misma rutina. Se levantaba antes que su esposo, tratando de no despertarlo, y se dirigía a la cocina para preparar el desayuno: una tortilla con verduras, sándwiches y una taza de café fuerte. Andréi era un hombre de hábitos; su desayuno debía estar servido puntualmente a las siete de la mañana. Si algo no salía como debía, si Masha llegaba a tardarse unos minutos, él se irritaba. Para él, el día empezaba con control, y parecía que la vida de Masha giraba en torno a su comodidad.

Después del desayuno, Masha se dedicaba a las tareas del hogar: barrer, fregar los suelos, asegurarse de que todo estuviera en su lugar. A veces, tenía unos minutos para mirarse en el espejo: una mujer agotada, algo cansada, con una mirada que había perdido su brillo. Su vida parecía estar planeada minuto a minuto, y en ese ritmo no había espacio para sus propios sueños, para sus deseos de escribir.

Después de desayunar, Masha se dirigía a su trabajo en una pequeña oficina, desempeñándose como asistente de contabilidad en una empresa modesta. El trabajo era monótono: papeles, informes, números. Nada de esto se acercaba a lo que realmente deseaba hacer con su vida. De niña, Masha soñaba con ser escritora, con contar historias que pudieran inspirar a otros. Sin embargo, esos sueños parecían haberse perdido en la niebla de la rutina diaria.