Lázaro entró sin ninguna dificultad en la habitación. Le han servido para esto los hábitos de cómo usar la ganzúa, adquiridos en los años de su juventud. Entonces, realizó su primer hurto con fractura, extrayendo del despacho del director de la escuela los medios recolectados por los alumnos para comprar medicamentos destinados a los niños de Chernóbil.

En aquella época el gobierno de Cuba aprobó una decisión sin precedente: sanar gratuitamente a los niños irradiados ucranianos. Si a Lázaro lo hubieran pillado en aquel momento, el asunto habría adquirido más bien un carácter político que penal. Pero la sospecha recayó en otro alumno, cuyos parientes denigraban a Castro, aún en los años de la dictadura de Fulgencio Batista, y ahora residían en Florida. Al muchachito inocente lo expulsaron de la escuela, lo que Lázaro acompañó con una sonrisita, jactándose ante una nueva amiguita: “¡Lo torpe que son!”

“¡Qué hermosura!” – por un instante, Lázaro quedó maravillado del lujo de la habitación del hotel y, mirando nerviosamente en torno suyo, se puso a buscar dinero y objetos de valor que pondría en su sombrero de paja. Después de revisar las mesitas de noche, él descubrió un frasco de agua de colonia “Carolina Herrera”, que ya estaba casi vacío. Se perfumó con mucha abundancia y se dirigió al tremó. En la caja había varios billetes arrugados de diez pesos. No era tan grande el botín… ¡Pero en la otomana azul, al lado de la cama, él tropezó con una videocámara! El ladronzuelo la empaquetó cuidadosamente en el sombrero.

Al ver en el sillón junto a la mesita de noche una chaqueta de lino, examinó con mucho esmero los bolsillos y extrajo un portamonedas con tarjetas bancarias. “¡Fritzes de mierda! ¿Qué hay de malo en el dinero en efectivo?” – Lázaro se puso rabioso. No era posible poder utilizar una tarjeta de crédito en Cárdenas, así como en cualquier otra ciudad. No porque el dueño al enterarse de la pérdida, inmediatamente la bloqueará. Simplemente, en Cuba usaban las tarjetas exclusivamente los extranjeros, mientras que Lázaro solo soñaba con ser uno de ellos.

Sí, tenía planeado recibir la ciudadanía estadounidense, y sin duda alguna así logrará alcanzar su meta, en cuanto gane un gran dineral en el contrabando. En su mente, en ese período, no había una distinción clara entre los términos “contrabandista” y “americano”. El dinero, todo lo solucionan los deseosos billetes de cien dólares, desde los cuales contempla con altivez el inmortalizado Franklin.

“¡Por fin hay algo de valor!” – se alegró Lázaro, habiendo tropezado contra una jarra de cristal. En el fondo de esta había un brazalete muy pesado, decorado con un capullo de pétalos de oro de una orquídea. Automáticamente lo metió en el calcetín, enrollándolo al tobillo, y se precipitó al cuarto de baño. Hace tiempo soñaba con un cepillo de dientes “Oral-B” con un motorcito. ¡Quién sabe, puede ser que el alemán use justamente uno de estos! “¡Tendré suerte alguna vez!” La puerta del baño resultó estar cerrada.

Al cabo de un segundo esta se abrió y ante Lázaro apareció en toda su belleza la pelirroja Magda von Trippe, nieta del entrado en años Miljelen Calan.

Poseyendo una cantidad de “atributos”, Magda no era famosa por su belleza. La ropa interior de color turquesa, que llevaba puesta después de tomar el baño espumoso, no podía ocultar los matices de su constitución idiosincrásica. No se puede decir que ella sea fea… Desprovista de gracia femenina, sí. Más bien deportiva que hombruna. Y de ninguna manera era repugnante, lo que debía probar Lázaro ahora mismo.