– Hay una historia en la Sagrada Escritura – recordó a propósito el Castro mayor– Cuando José, queriendo aleccionar, y luego perdonar a los hermanos ruines, aprovechó un engaño pequeño. ¿No se necesitó el engaño, si este no se utiliza en aras de la bondad?

Este argumento debería ser el último que aprovecharía el hermano menor. Acaso

Fidel se ha olvidado de que todos estos cuarenta años de ataques contra Cuba, los yanquis llamaban a los cubanos “herejes”, y atraían a su lado el nombre de Dios. Los Conquistadores también aniquilaban a los indios bajo las banderas Santas. Fidel no pudo olvidar esto. Poseyendo tal memoria, probablemente cree que Dios está a favor de Cuba…

La conversación no finalizó así. Fidel le pidió a Juan Miguel que saliera por un rato, este tenía varias preguntas confidenciales a su hermano.

– ¿Qué está emitiendo la hostil radio enemiga, a la cual no pudiste silenciar completamente? – se interesó Fidel.

– Están demasiado cerca… Siguen el ruidoso escándalo histérico en torno al niño – informó Raúl. – Están transmitiendo también que has adquirido en Francia un yate tipo “flybridge” con un bar, una barbacoa y una bañera de mármol.

– Sería mejor dar a conocer que en este se hayan instalado giroscópicos estabilizadores de balanceo y un sistema que mantiene inmóvil el yate, sin usar el ancla. Ahora nuestros buzos podrán filmar para el pueblo los buques hundidos y la fauna del mar del Caribe, sin dañar con el ancla echada los arrecifes de coral.

– Siguen comentando que tú, a la manera de Gorbi, el cual devoró una pizza italiana para hacer publicidad, permitiste que te fotografiaran por dinero en zapatillas deportivas españolas.

– ¿Los niños recibieron las zapatillas?

– La primera partida de calzado ya la distribuyeron en dos escuelas de Sancti Spíritus y en un orfanato en Agramonte.

– Ellos prometían dar muchas zapatillas, y a Gorbachov, seguramente, le habían prometido mucha, mucha pizza…

– Creo que no le engañaron… para que él engañara a su pueblo. Además, Gorbi lo pedía, no para el pueblo, sino para sí, y eso significa que él no pedía tanto.

– El líder de tal pueblo de ninguna manera debía pedirlo… – expresó pensativamente Fidel – Sea como sea, yo no comprendo quién les dio el derecho de llamar a su vil radio con el nombre de nuestro héroe nacional, José Martí. Siléncialos.

– Están demasiado cerca…

– ¿Qué opinas sobre este muchachito de Cárdenas?

– Es que tú sabes mi opinión. Hasta el fin confiaba solamente en dos personas, en el hermano, que es cinco años mayor que yo, y en el Che. Ahora, solo en mi hermano.

– Quiero charlar cara a cara con este muchacho. Vete a hacer tus asuntos – ordenó Fidel y pidió que llamaran a su despacho al señor González…

– Eres incorregible – así se expresó Raúl, yéndose del despacho – Aún sigues creyendo en la gente…

Al volver Juan Miguel al despacho del Comandante, este comprendió que el líder cubano quería hablar francamente con él.

– Cuéntame sobre tu Elizabeth y Elián – pidió Fidel.

Juan Miguel le narró su historia. Quedo muy sorprendido. Era increíble que, a pesar de estar tan atareado, el líder del país hubiera escuchado todo hasta el final, apenas de vez en cuando interrumpiendo al narrador y exigiendo de este pormenores para concentrarse en los detalles…


Municipio Varadero, Cuba

Días antes de la tragedia


Lázaro Muñero, gamberro menudo, que soñaba con ser un gran contrabandista, al fin se decidió a infiltrarse en la habitación de un entrado en años burgués de Fráncfort. Vino a descansar con su nieta veinteañera. El cómplice del efractor, Julio César, ayudante del barman del hotel “Siboney”, prometió entretener al alemán un rato, deteniéndole en la barra del bar.