Fidel también hizo de los ex esclavos una nación orgullosa. Los cubanos han de quedarse así para siempre. ¡Su suerte es la de conservar la independencia del país o morir! “¿Les ayudará en esto Dios? Sería bueno” – pensó Raúl. En tales casos, parece, se supone rezar. Para sus 74 años, Fidel aún no ha venido al altar con la oración. ¿Quién sabe, quizás lo haga para su jubileo a los ochenta años?
– Sí, naturalmente – aprobó Raúl la fatalidad en la conducta del hermano mayor, pero para sí pensó que, si se deja correr el asunto de González, sería un descuido imperdonable. En el caso de que al joven cubano, seducido con las promesas de una vida paradisíaca, se le ocurra traicionar a su patria, habrá que neutralizarlo. Sea como sea. Física o moralmente. No tiene importancia. Lo principal es que el pueblo de Cuba vea el castigo inevitable por la traición…
– ¿Pues, este joven está aquí? – preguntó, al fin, Fidel.
El hermano menor lo confirmó con un gesto afirmativo.
– Hazlo pasar aquí – le ordenó a Raúl.
– Inviten a Juan Miguel González – ordenó a los comisionados del Ministro de Defensa. Juan Miguel, de mediana estatura, un joven con una figura bien formada con unas orejas un poquito alargadas, estaba sentado en la sala de recepción en una silla trenzada indonesia con un espaldar afiligranado – Como un escolar, esperaba amedrentado la entrevista con un gran hombre, el líder de Cuba. No podía imaginar que todo esto le ocurriera a él. Su esposa Nersy, con motivo de una visita a La Habana, obligó a Juan Miguel a que se pusiera una nueva camisa blanca, cuyo cuello le apretaba ahora la garganta, como si fuera un estirado collar de perro.
– Pase Ud. – le susurró al oído un negro robusto de la escolta presidencial de Fidel.
Juan Miguel entró en el “Sancta Sanctorum”, un modesto despacho del líder de la República. En la pared estaba colgado un retrato hecho a óleo del héroe de la revolución, de un barbudo sonriente, Camilo Cienfuegos, cuya muerte originó en los círculos de la inmigración en Miami todo tipo de versiones acerca de las causas de su fallecimiento en un accidente aéreo fatal. Junto al retrato había un cuadro con la imagen del trabajo voluntario de los niños cubanos en la cosecha de la caña de azúcar, la zafra. Los muebles en el espacioso gabinete de Fidel no parecían ser lujosos. En el amueblado no había alusión alguna al estilo “kitsch” de palacio. Al contrario, algo hacía recordar el mal gusto, el burocratismo y el ascetismo del morador de este espacio.
Apareció Fidel. ¡Ahí está él! El hombre leyenda. El “Barbudo” con una barba ya enralecida. Un orador genial, capaz con su discurso fogoso, en el transcurso de muchas horas, de captar la atención de cualquier auditorio. Ni una sola vez perdió el hilo de sus comentarios, seguía la lógica de la narración, sin que confundiera las fechas, cifras y detalles históricos. Una persona que dispone de una memoria increíble y una voluntad inquebrantable. El héroe y “El Caballo”, el potro que pudo dar vida a la última criatura, siendo un viejo de 65 años…
Fidel apretó su mano. No permitió que fuera largo el apretón de manos, sino muy breve. Hubo una contracción muscular en la palma de la mano y Juan Miguel sintió en ese instante la potencia de una gran personalidad. El joven se turbó de la mirada fija de la persona №1 en Cuba, y así mismo sentía como lo taladraban los ojos de Raúl, del hombre №2.
– Juan Miguel, deberás emprender un viaje al juzgado a los EE.UU. Eso lo requieren las circunstancias, el derecho internacional y la Temis americana. En esto insisten el Ministerio de Justicia y los subordinados a este, el Servicio de Inmigración y Naturalización. La presencia del padre en el juzgado relacionado al asunto del retorno de su hijo Elián, lo desea también el pueblo norteamericano. Allí están seguros de que, en cuanto te liberes de mi vigilancia, naturalmente, pedirás refugio político en los EE.UU. Esto significa que el problema de la reunión del padre y el hijo se soluciona automáticamente, y para qué se armó ese escándalo ruidoso.