, pues todas sus hazañas las puedo yo superar.

Llegaron al pueblo cuando ya anochecía y entraron en la casa de don Quijote, donde se encontraban el cura, Pero Pérez, y el barbero, maese[33] Nicolás, que eran buenos amigos de don Quijote.

Los dos, junto con la sobrina y el ama, discutían sobre la ausencia de su amo y sus malas lecturas, que le habían hecho perder el juicio.

–Hace tres días que no aparecen ni él, ni el rocín, ni la lanza, ni las armas ―decía el ama―. La verdad es que la culpa es de esos libros de caballerías que él tiene y suele leer. Ellos le han quitado el juicio. Ahora recuerdo haberle oído decir muchas veces que quería hacerse caballero andante e irse a buscar aventuras por esos mundos.

La sobrina decía lo mismo:

–Sepa, señor barbero, que muchas veces mi tío leía esos libros durante días enteros, y cuando dejaba el libro, cogía la espada, se ponía a pelear con las paredes y decía que había matado a cuatro gigantes o más. Pero yo tengo la culpa de todo, porque no avisé a vuestras mercedes de los disparates de mi tío, para que le quitaran y quemaran todos esos libros.

–Esto digo yo también ―dijo el cura―, y mañana mismo los echaremos al fuego, para que no den la oportunidad a otro de caer en la locura de nuestro buen amigo.

Todo esto estaban oyendo el labrador y don Quijote. El labrador comprendió así la enfermedad de su vecino y comenzó a decir a voces:

–Abran vuestras mercedes al señor Valdovinos y al señor Marqués de Mantua, que viene malherido, y al señor Abindarráez, a quien trae preso el valeroso Rodrigo de Narváez.

A oír las voces salieron todos y se fueron a abrazar a don Quijote, pero él dijo:

–Deteneos, que vengo malherido por culpa mi caballo. Llevadme a mi cuarto y llamad, si posible, a la sabia Urganda[34] que cure mis heridas.

–Suba, vuestra merced ―dijo el ama―, que, aunque no esté esa señora, aquí le sabremos curar.

Lo llevaron a la cama y él pidió que le dieran de comer y le dejaran dormir, que era lo que más le importaba.

Capítulo VI

El cura y el barbero queman los libros de don Quijote

Al día siguiente, don Quijote todavía dormía cuando llegaron el cura y el barbero. Pidieron a la sobrina las llaves de la habitación donde estaban los libros, y ella se las dio de muy buena gana. Entraron todos en la habitación, y el ama con ellos. Encontraron más de cien libros grandes y otros pequeños.

En cuanto el ama los vio, tuvo miedo de que en la habitación hubiera algún encantador[35] de los muchos que había en esos libros y les hiciera daño también a ellos.

El cura se rió de la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le diera aquellos libros uno por uno, para ver de qué trataban, pues podía ser que algunos de ellos no merecieran terminar en el fuego.

–No ―dijo la sobrina―, no hay por qué salvar ninguno, porque todos han sido los causantes de la locura de mi tío. Mejor será tirarlos por la ventana al corral del patio y luego quemarlos.

Lo mismo dijo el ama, pero el cura quiso, por lo menos, leer antes los títulos. Y el primero que el barbero le dio en las manos fue Amadís de Gaula, y dijo el cura:

–Según he oído, este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España. Y así, me parece que, por ser el principio y origen de todos los demás libros, lo debemos echar al fuego sin excusa alguna.

–No, señor ―dijo el barbero―, que también he oído decir que es el mejor de todos los libros de caballerías, y por eso se debe salvar.

–Es verdad ―dijo el cura―. Veamos ese otro que está junto a él.

–Es las Sergas de Esplandián, hijo legítimo de Amadís de Gaula —dijo el barbero.