. Por mi fe, si la copia se parece al original, debe ser la mujer más hermosa de su siglo.

Después de estas breves explicaciones, los invitados, que no pierden de vista el objetivo principal de la reunión, abren algunas de las botellas y se sientan alrededor del fuego. El vino empieza a circular entre ellos.

A medida que beben más y más, y el vapor de la burbujeante bebida comienza a afectar sus cabezas, la fiesta se anima[36]. Los jóvenes lanzan los cascos de las botellas vacías hacia las estatuas de piedra junto a los pilares, cantan canciones alegres y ruidosas, y algunos ríen a carcajadas, aplauden o discuten con palabras fuertes.

El capitán bebe en silencio, sin dejar de mirar la estatua de doña Elvira. Iluminada por el resplandor rojo del fuego y a través de la confusa nube que la embriaguez ha puesto frente a sus ojos, le parece que la figura de mármol se transforma a veces en una mujer real[37].

Piensa que ve cómo sus labios se abren como si estuviera murmurando una oración, cómo su pecho se levanta como si estuviera angustiado y sollozante, cómo cruza las manos con más fuerza y cómo sus mejillas se ruborizan, como si estuviera avergonzada ante ese espectáculo sacrílego y desagradable.

Los otros oficiales, que notan la tristeza callada de su amigo, lo sacan de su ensimismamiento y le ofrecen una copa, diciendo todos juntos:

– ¡Vamos, brinda tú que eres el único que no lo ha hecho en toda la noche!

El joven toma la copa, se pone de pie y la levanta en alto, mirando a la estatua del guerrero arrodillado junto a doña Elvira.

– Brindo por el Emperador y por la suerte de sus armas, gracias a las cuales podemos venir hasta el fondo de Castilla[38], – dice el joven.

Los militares reciben el brindis con aplausos, y el capitán va hacia la tumba.

– No… – dice a la estatua del guerrero, con una sonrisa tonta propia de la embriaguez… – no creas que te guardo rencor porque te veo como un rival…[39] Al contrario, te admiro como un esposo paciente, un ejemplo de paciencia y mansedumbre, y también quiero ser generoso. Tú serías un bebedor por ser soldado… no puedo permitir que mueras de sed mientras vaciamos veinte botellas… ¡toma![40]

Diciendo esto, lleva la copa a sus labios, se humedece los labios con el líquido que contiene y luego arroja el resto en la cara de la estatua[41]. El capitán suelta una carcajada ruidosa al ver cómo el vino cae sobre la tumba, goteando de la barba de piedra del guerrero inmóvil.

– ¡Capitán! – exclama en ese momento uno de sus camaradas en tono burlón, – ten cuidado con lo que haces… Recuerda que estas bromas con la gente de piedra pueden salir caras…[42] Recuerda lo que le pasó a los húsares del 5.º en el monasterio de Poblet… Se dice que los guerreros del claustro, una noche, empuñan sus espadas de granito y causan problemas a aquellos que se entretienen en pintarles bigotes con carbón.

Los jóvenes acogen esta ocurrencia con risas, pero el capitán, sin prestar atención a sus risas, continúa inmóvil, siempre enfocado en la misma idea.

– ¿Creéis que yo le hubiera dado el vino si no supiera que se lo traga al menos el que le cae en la boca… ¡Oh!.. no! Yo no creo como vosotros que esas estatuas son un pedazo de mármol tan inerte hoy como el día que lo arrancaron de la cantera. Indudablemente, el artista, que es casi un Dios, le da a su obra un soplo de vida que no logra hacer que ande y se mueva, pero que le infunde una vida incomprensible y extraña; vida que yo no me explico bien, pero que la siento, sobre todo cuando bebo un poco.