verse; entonces, esta entró en la habitación donde los tres dormían.
Cuando la sintió don Quijote, porque la habitación estaba a oscuras y no la podía ver, estiró los brazos para recibir a su hermosa doncella. La cogió por una mano y la sentó en su cama. Tocó la camisa que, aunque era de tela áspera, a él le pareció de fina seda. Acarició los cabellos, que eran tiesos como pelos de caballo, pero él creyó que eran hilos de oro. La pintó en su imaginación como había leído de otras princesas. Mientras la cogía en sus brazos, empezó a decir:
–Quisiera, hermosa señora, pagarle el favor que me hace, pero estos dolores no me permiten satisfacer vuestros deseos. Y a esto se añade que la única señora de mis pensamientos es la singular Dulcinea del Toboso, que si no fuera por esta promesa no dejaría yo pasar esta ocasión que vuestra bondad me ofrece.
El arriero, que escuchaba atentamente las palabras de don Quijote, empezó a sentir celos y se acercó a tientas[68] a la cama donde estaban los dos y se dio cuenta de que la moza quería separarse y don Quijote no la dejaba. Enfurecido, levantó el brazo y dio tal golpe al enamorado caballero, que le llenó la boca de sangre; se subió luego encima y empezó a darle patadas en las costillas.
La cama se vino al suelo y el golpe despertó al ventero, que corrió a ver qué pasaba. Maritornes que conocía el mal genio de su amo, se escondió en la cama de Sancho. Este se despertó y, asustado, empezó a golpear con los puños a diestro y siniestro. Alcanzó a Maritornes varias veces; ella respondió de la misma manera y comenzó entre los dos la más graciosa pelea del mundo. El arriero, que vio cómo estaba su dama, dejó a don Quijote y acudió a socorrerla. Lo mismo hizo el ventero, pero para castigar a la moza.
De este modo, el arriero daba a Sancho, Sancho a la moza, la moza a él, el ventero a la moza, y todos se daban golpes sin parar.
Habia también hospedado en la venta un oficial de la justicia, que oyó el ruido. Entró en la habitación diciendo:
–¡Alto en nombre de la justicia! ¡Deténganse todos!
Como la habitación estaba a oscuras, el oficial, a tientas, fue a dar con las barbas de don Quijote, que no se movió. El cuadrillero pensó que estaba muerto y que los allí presentes lo habían matado.
–¡Cierren la puerta de la venta! ―dijo―. ¡Que no se vaya nadie, que han matado a un hombre!
Todos desaparecieron del lugar, menos don Quijote y Sancho, que no se pudieron mover de donde estaban.
Capítulo XIV
La burla que hacen a Sancho en la venta
Cuando don Quijote se recuperó, comenzó a llamar a su escudero, diciendo:
–Sancho, amigo, ¿duermes? ¿Duermes, amigo Sancho?
–¿Cómo voy a dormir ―respondió Sancho de mal humor― si me parece que han estado conmigo todos los diablos esta noche?
–Puedes creerlo así ―respondió don Quijote―; porque, o yo sé poco, o este castillo está encantado. Te diré algo si me guardas el secreto mientras yo viva.
–Así lo haré ―dijo Sancho―; callaré, como vuestra merced me pide.
–Resulta ―dijo don Quijote― que esta noche vino la hija del señor del castillo, que es la más hermosa doncella que pueda haber en gran parte de la tierra. Todo para poner a prueba la fidelidad que debo a mi señora Dulcinea. Estando, pues, en amorosa conversación con ella, una mano de gigante me dio con el puño en la boca y un montón de golpes que me han dejado destrozado.
–Yo digo lo mismo ―respondió Sancho―, porque más de cuatrocientos gigantes me han golpeado a mí. Y vuestra merced aún tuvo en sus manos a aquella hermosura que ha dicho, pero yo sólo golpes y palos.